Creo que la vida es como un juego, y el objetivo de todo juego es llegar hasta el final y ganar la partida. Por eso, a veces, cuando nos vemos en algún apuro no podemos evitar hacer trampas. Y si cada uno de nosotros nos paramos a pensar en ello, nos daremos cuenta de que a lo largo de la vida hemos hecho muchas trampas, para poder salir de muchos apuros y continuar jugando al juego de la vida. El hacer trampas es algo innato que nos acompaña desde que nacemos, aunque en algunas personas en mayor medida que en otras. Pero desde pequeños, ya queremos ser los mejores, y hacemos lo posible por ganar y no quedar como unos perdedores. Y siempre procuramos encontrar una vía de escape ante los problemas diarios. Cuando somos jóvenes, copiamos en los exámenes o falsificamos la firma de papá para que no se entere de que nos saltamos la clase varias veces, o de que hemos suspendido más de la mitad; hay quien engorda su currículum para tener más posibilidades, y quien finge estar malo un día para no ir a trabajar; en definitiva, somos todos unos tramposos, aunque unos más que otros. Unos piensan que el fin no justifica los medios y otros piensan que sí, pero de cualquier modo todos queremos conseguir ese fin por el que luchamos, y siempre acabamos haciendo cualquier cosa para conseguirlo. No debemos rendirnos nunca, porque aunque algún día el juego acabe, nos sentiremos orgullosos de todo lo que hemos conseguido y, ganemos o perdamos, habremos disfrutado del juego, mientras jugábamos.
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